10 de Octubre del 2022
por Benedictinos
Evangelio
Lc 17, 11-19
En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.
Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
Palabra del Señor
Homilía 09 de octubre de 2022
Queridos hijos e hijas en el espíritu de N.P. San Benito y del Señor Jesús:
Así como hoy vemos que de diez leprosos sólo uno regresa a darle gracias a Cristo, así hay en la eucaristía entre la multitud de católicos unos pocos que buscan con sincero corazón a Dios. La eucaristía significa “acción de gracias” y esta gratuidad frente a Dios es lo que nos hace ser verdaderos cristianos. San Pablo en la segunda lectura nos recuerda que el “agradecimiento” es cuestión de fidelidad, dice “si nos mantenemos firmes, reinaremos con Él; si lo negamos Él también nos negará”. Por tanto, hoy el mensaje central es “saber dar las gracias a Dios”, con todo lo que somos; es decir, saber vivir la eucaristía, y convertirnos en ella.
En griego el evangelio de hoy nos invita a ser eucharistón. Ser eucharistón es escuchar la Palabra de Dios con el corazón y decir gracias a Dios desde la esencia de los que somos, de lo contrario es permanecer leprosos, es decir ser insensibles a esta Palabra que escuchamos en misa y salir hoy como si nada hubiera pasado. Ser eucharistón es buscar amar como Dios ama cuando comulgamos, de lo contrario, es permanecer leprosos, aferrados a amar vulgarmente, manipulando aquella persona que me estima y tiene un cariño especial por mí.
El hombre y la mujer eucaristía es quien da sentido a su vida postrándose ante Jesucristo. Consiguiendo una identidad no en la imagen digital que puede resultar superficial sino desde el mismo Jesús eucaristía. San Lucas nos habla de un leproso curado a los pies de Jesús, la actitud de uno de ellos fue de adoración-eucharistón es decir, “rostro en tierra”. La adoración y el encuentro con Jesucristo se dio a partir de “la acción de gracias”, rostro en tierra, por eso nos arrodillamos cuando hay el milagro eucarístico.
Adorar a Dios “rostro en tierra” nos lleva a saber que sólo desde abajo se puede experimentar la misericordia de Dios, solo desde ahí se recibe el perdón y la transformación, de ahí dejamos ser leprosos. Postrarse a los pies de Jesús es entregarse por completo al Señor, es tener una conciencia de “la absoluta disponibilidad del corazón hacia Nuestro Amado Dios en la eucaristía”. El leproso se postró en su nada ante Cristo y se levantó “hombre eucaristía”, hombre transformado por “la gratuidad del amor” que hace que un hombre y una mujer sin identidad tenga identidad con Dios. Cristo es la verdadera identidad de lo que somos. Hoy tú consigues esta identidad si te postras en tu nada con fe y humildad en cada eucaristía.
¿Cuesta ponerse “rostro en tierra para ser hombre o mujer eucaristía”? Quizás sí. Depende cuáles son tus intereses por los que vienes a misa, por lo que buscas a Dios. A veces sólo vienes a exigir a Dios sin estar dispuesto a darle algo. Eso no es eucaristía. Aquí no se viene por fama ni a conseguir riquezas del mundo, ni a ganar likes para tu Facebook, aquí se viene a reconocer la lepra del alma para suplicar de rodillas a Dios que te sane, que quite esos sentimientos de dureza, de resentimientos, de soberbia, de falsa humildad y te conviertas en “un agradecido del cielo”, es decir, en un ser eucharistón.
Queridos hijos e hijas en el Señor, deja hoy tus lepras, la piel tosca e insensible que te aleja de los demás y de Dios. Deja de esconderte en una piel sin amor ni espiritualidad, en apariencias y superficialidades. Busca de corazón al Señor Jesús y déjate transformar por Él. Arrodíllate y dile que “gracias” con sincero amor con todo el corazón y con toda el alma. Mira que, si al final de tu vida te das cuenta de que la única oración que dijiste con sincera fe fue gracias, eso sería suficiente para entrar al cielo, eso bastaría para decir: en verdad he vivido. En verdad ha valido la pena todo lo que hice.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…
Abad Hildebrando osb