En 1964, Don Sergio Méndez Arceo, de muy amada memoria, pidió al Abad Damian Jentges de Mount Angel Abbey venir a Cuernavaca a fundar un monasterio en vistas a apoyar la formación de seminaristas, dada la escasez de sacerdotes en aquel entonces. En esos años, la Santa Sede había exhortado a los monjes de los monasterios estadounidenses a fundar en América Latina, por lo que su propuesta fue acogida con mucho entusiasmo. Al mismo tiempo, la Diócesis de Boise en Idaho también requería del Abad Damián la fundación de un monasterio, igualmente encaminado a la formación de seminario. En diciembre de 1964 el Capítulo de Mount Angel Abbey votó acerca de los dos proyectos de fundación. Cada monje podía elegir la aprobación de uno o de los dos, implicando esta decisión que cualquiera de nuestros hermanos iría muy pronto con la generosidad propia de la obediencia a alguna de las dos fundaciones.
Era una decisión un tanto a ciegas. Y más ciega sería la obediencia que habría de seguir. El viernes 15 de junio de 1965, en un capítulo de culpas, el Abad Damián anunció los resultados de la votación. Los hermanos habían votado muy favorablemente por las dos fundaciones. Así, el 13 de agosto de 1965, el Muy Reverendo Ambrosio Zenner fue nombrado por nuestro Abad Damián primer superior de la fundación en Cuernavaca, y más tarde se le sumaría el Hermano Bonifacio Arechederra. Su objetivo era explorar el lugar y buscar un sitio donde establecer una comunidad monástica. El 15 de agosto de 1966, fue erigido entonces nuestro monasterio en Ahuatepec.
Se han cumplido cincuenta años. Han sucedido muchas cosas, cambios de planes, logros, fracasos. Y nuevos retos se presentan embelleciendo nuestro futuro comunitario. Un monasterio es siempre un lugar donde se busca a Dios porque Dios ha querido ser buscado allí. Dios es el monje fundador de cada monasterio. Es el solitario que edifica la casa de su amor. Cristo en este lugar ha prometido estabilidad perpetua. Estará siempre aquí, para ser buscado, para ser seguido, para ser amado. Ha prometido obediencia perpetua en este lugar. Por eso siempre que sea invocado aquí, vendrá en ayuda nuestra.
Una comunidad monástica no es sino una pequeña imagen del gran misterio de la Iglesia universal. La cotidiana alabanza divina y el sacrifico eucarísticos forman un diminuto icono del anuncio que la Iglesia hace de la revelación divina a todos los corazones en todos los rincones de la tierra. Cada monje que canta en el coro y se entona con su hermano acoge el anuncio de la Palabra divina como canto y entona su vida con ella. Durante cincuenta años, pues, en esta colina la Iglesia ha dado vida a la oración de la Escritura a través del canto de nuestra comunidad.
Indudablemente nuestra comunidad nació de una obediencia ciega. Pero no nació paralítica. En las cosas del alma estas dos realidades, ceguera y parálisis, son letales si se dan juntas. Esta montaña está ungida con el sudor, la sangre y las fatigas de muchos de nuestros hermanos. Ideales y sueños han recorrido sus pasillos insomnes. Llanto y risa se han hermanado en la amalgama de la fe que edifica todo.
Por todo eso queremos dar gracias a Dios y a la Iglesia. Nada de esto sería posible sin la ayuda de Dios, sin su Providencia amorosa que trabaja con pobres herramientas, sin el perdón de Dios que sana nuestros errores y perdona nuestros pecados, sin la gracia divina que sostiene en el mérito el débil esfuerzo humano. Tampoco sería posible nada de esto sin el amor de nuestra Madre la Iglesia, que a través de la comunión con los Apóstoles y de cada uno de nuestros hermanos y hermanas a quienes servimos, nos permite el honor altísimo de trabajar por edificarla.
Sin duda nuestros hermanos, esos mismos que votaron ciegamente y con la misma ceguera obedecieron la voluntad de Cristo de ser seguido en su libertad hasta aquí, ellos en el cielo se apostan a los pies de Cristo, y como el ciego de otro tiempo en el camino, responden a la pregunta eterna «¿Qué quieres que haga por ti?»: «Señor que vea. Que vea una ciudad de monjes santos, construida en lo alto del monte de la caridad y del espíritu de sacrificio. Señor que vea. Que vea una luz encendida en el candelero para iluminar la casa del perdón. Que te vea a ti, Señor, en la mirada serena, santificada por la luz de tu Pascua, de cada uno de nuestros hermanos».
En mayo de 1966, el Padre Ambrosio Zenner envió una propuesta a Mount Angel Abbey para la compra del terreno y, una vez adquirido, solicitó la autorización para comenzar a preparar la tierra para cultivar diferentes productos agrícolas. Además, propuso la planeación de varios edificios, incluyendo la construcción del seminario propuesto por Don Sergio Méndez Arceo. El proyecto del seminario luego se abandonaría y la construcción se convertiría en hospedería.
La comunidad poco a poco comenzó a visualizarse como un monasterio de monjes productores agropecuarios, particularmente enfocados hacia la apicultura, la avicultura, el cultivo de aguacates, cítricos y hortalizas.
El Abad Damián Jentges había proyectado tres etapas para el desarrollo del conjunto del monasterio: la primera representa la compra del terreno con la evaluación financiera, la inversión y el enganche así como los préstamos necesarios. En la segunda etapa se concretan los planes para delimitar el terreno, construir once celdas, una capilla, una sala de recreación, el comedor y la cocina y se hace un análisis de la tierra parcialmente cultivada principalmente con árboles de aguacates, para hacer planes de qué cultivos serían los más adecuados y en qué lugares del terreno. La tercera fase contempla la construcción del camino al monasterio, un garage para guardar la maquinaria agrícola, el pozo de agua y un edificio con habitaciones para nuevos candidatos.
A lo largo de los prioratos del Padre Ambrosio Zenner, del Hermano Bonifacio Arechederra y del Padre Luis Charvet, con la aprobación y apoyo de la abadía de Mount Angel, se nivelan los terrenos, se abastece de agua, se construyen los primeros edificios para la comunidad monástica con los servicios indispensables, la capilla, la hospedería y la producción agrícola de forma más ordenada. El prior Konrad Schaefer se encargará de dar un mayor énfasis a la formación de cada uno de los monjes, de consolidar la identidad monástica comunitaria y de fortalecer el apostolado de hospitalidad a través de la construcción de un eremitorio y la ampliación de la hospedería.
En relación a la construcción de los edificios monásticos, en 1975 el Abad Damián determinó que se llevaría a cabo también en tres etapas: Un primer conjunto de edificios se construirían en línea recta y sobre un área plana nivelada. La segunda etapa se continuaría hacia arriba de la colina y la última etapa sería en la parte más alta de la propiedad. La primera parte se ha construido ya. Las dos seguientes aún se están proyectando.
P. Evagrio López Álvarez OSB